La palabra “Comunión” ha sido muy utilizada por parte de las diferentes religiones, en referencia sobre todo a la comunicación o unión con un Dios, con el Cosmos, con una entidad más grande que nos trasciende, en definitiva. Pero ¿qué es realmente la comunión y que tiene que ver con el Coaching?

Según el diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, la Comunión en sus acepciones más laicas es: “participación en lo común” o “trato familiar, comunicación de unas personas con otras”.

Vamos a quedarnos con la primera definición “participación en lo común”. Me gusta esta definición porque encaja muy bien con lo que hace un coach, quien como profesional se pone a disposición de su cliente, para participar con él, y de él, de todo lo que es suyo y que el coachee desea traer a esa sesión o proceso. Con la finalidad de participar en su crecimiento, el coach pone todo lo que tiene, sus herramientas, su escucha, su persona y su presencia, para formar parte de esa fuerza movilizadora de energía y de cambio. Y siendo el coachee el protagonista, y compartiendo sus vivencias en alta voz, o sus silencios con el coach, se crea esa sinergia, esa relación especial en la que se apoya para realizar su cambio, su descubrimiento y su avance.

Así pues, podemos definir también la sesión de coaching como una forma de comunión entre coach y coachee, donde se produce ese trato familiar y esa comunicación de la que habla la RAE, pero sobre todo encuentra su sentido y su finalidad máxima la participación en lo común, en lo que es de los dos, no solo de coachee, si no también del coach, en tanto en cuanto que es ser humano, y nada de lo que su cliente le plantea le es ajeno. En las sesiones de coaching se pone sobre la mesa todo aquello que como seres humanos compartimos, y desde esa igualdad se genera la empatía, esa capacidad de ponerme en el lugar del otro. Es en la identificación de aquello que compartimos, en donde puede surgir la aceptación del coachee de sus propias zonas no aceptadas. Dice Echevarría en su imprescindible Ontología del Lenguaje: “Todo otro es el reflejo de un alma diferente en el trasfondo de nuestro ser común”.

Y desde ese “ser común” es desde donde se da un segundo fenómeno que siempre me sorprende en mis sesiones de coaching. Es el efecto que sobre mí como coach tiene esa relación que creamos mi coachee y yo. En ella encuentro mi espacio de crecimiento y autodescubrimiento propio, y siempre existe un cierto efecto terapéutico para mí en cada sesión. Como si el participar de la realidad de mi cliente, me hiciese más real también a mí. Por muy diferentes que podamos ser en apariencia, por pocos rasgos comunes que puedan tener nuestras vidas, siempre termina apareciendo lo común entre nosotros. Y desde la identificación de lo común, juntos “hacemos humanidad”, nos sentimos acompañados en nuestro camino. Es así como sin esperar nada a cambio del proceso, en términos no prácticos, yo como coach me alimento también del proceso de coaching. Y cuanto más me alimento, mayor suele ser la satisfacción del cliente al final del proceso, mayor la apertura, menor la resistencia al cambio que se va produciendo en él o ella. De ahí me surge la duda de hasta qué punto es relevante que yo como coach sea capaz de sentir esta comunión con mi cliente, para el éxito del proceso. En qué medida mi propio crecimiento en el proceso es parte de la fórmula para dar lo mejor de mí a cada persona que se sienta conmigo.

La capacidad de participar, en cada proceso, como si fuera la primera vez que me descubro a mí misma a través de mi coachee sería otra forma de explicar este fenómeno. Me reencuentro conmigo misma en el otro, para ser más literal.

Como coach, estas sensaciones y percepciones suponen un acicate para mantenerme en activo, en la práctica de esta bella profesión aún llena de misterios por descubrir, y que tantas compensaciones me proporciona.

El cuento de la muñeca de sal es una preciosa alegoría de la comunión con el otro, que aquí os comparto en su versión reducida:

– “Quien eres tú? le preguntó al mar la muñeca de sal.

Con una sonrisa, el mar le respondió:

– “Entra y Compruébalo tú misma”

Y la muñeca se metió en el mar. Pero, a medida que se adentraba en él, iba disolviéndose, hasta que apenas quedó nada de ella.

Antes de que se disolviera el último pedazo, la muñeca exclamó asombrada:

– “¡Ahora ya sé quién soy!”

Imagen de Jackson David en Pixabay