La llegada del año nuevo es una época de renovación, de nuevas oportunidades, de deseos y declaraciones de intenciones. Dejamos atrás una etapa, y comenzamos otra con la esperanza de que nos traerá la misma o mayor felicidad que el año que acaba de terminar.

A menudo hacemos una breve reflexión sobre cómo fue el año, de lo que hicimos bien y mal, y de los motivos por los que tuvimos mayor o menor éxito en nuestras acciones, en la consecución de nuestros objetivos.

Desde la perspectiva del coaching, el comienzo de año es un momento ideal, por tanto, para plantearnos nuevas o renovadas metas, y comenzar a trabajar en ellas desde ahora. Tanto si tus propósitos de año nuevo están ligados a lo profesional o a lo personal, ahí van 5 propuestas desde el coaching:

1. Utilizar un lenguaje empoderado: Atiende a tu lenguaje, a la forma en que lo utilizas ¿Es un lenguaje empoderado, o victimista? ¿Es directo y claro, o abstracto e impersonal? Piensa en lo que quieres conseguir cada vez que hablas, y en si las palabras que usas te acercan o te alejan de tu objetivo y de la persona a quien te diriges. ¿Cuándo quieres algo lo pides, o esperas que el otro lo haga sin pedírselo? ¿Cuándo pides algo, lo haces desde la exposición de una necesidad o desde la crítica al otro por no haberse adelantado a tus deseos? ¿Utilizas la segunda persona del singular por encima del YO cuando hablas de lo que te ocurre a TI?

2. Retarte como observador: Las personas tenemos la necesidad de encontrar explicaciones a todo aquello que nos va ocurriendo. Tenemos nuestro propio patrón, como un libro de instrucciones mental que nos permite construir nuestra propia realidad a partir de cada suceso del día a día. Y sin embargo, no existen dos personas que vean las cosas exactamente de la misma forma, siempre existirán matices de diferencia, más pequeños cuanto más cercanas sean esas personas, a nivel cultural, familiar, profesional, o en sus valores. Aun así, la percepción de la realidad es única para cada ser humano. En este mundo de diversidad, cambiante, y lleno de retos, ser un observador flexible, capaz de modificar el cómo ves el mundo, y hacerlo desde nuevas perspectivas, buscando nuevas explicaciones a la realidad, es una de las cualidades que más te pueden aportar, a nivel profesional y personal. De hecho, la capacidad de ver desde variados puntos de vista y ponerte en el lugar del otro, la empatía, es una de las cualidades más apreciadas en los líderes, porque solo desde ahí será posible encontrar los nexos de unión y puntos donde conciliar las distintas necesidades. Para llevar esto a cabo, imagínate que eres esa otra persona que tienes delante, con sus circunstancias y sus anhelos, con sus propias necesidades ¿Qué necesidad no cubierta crees que la motiva a actuar? ¿En qué punto pueden vuestras necesidades coincidir más que divergir?

Al escribir este punto me viene a la mente el libro “Entrevista con el Vampiro”, de Anne Rice. En él, relata la vida de dos vampiros, sus vivencias a lo largo de los siglos, y cómo con el paso del tiempo, uno de ellos, Lestat, va perdiendo su capacidad de adaptarse a los cambios sociales, históricos, culturales, y a los usos y costumbres. A pesar de ser inmortal, se va sintiendo atrapado en vida, incapaz de entender en lo que se ha convertido su entorno, y sin adaptarse a la nueva realidad. Así, poco a poco, va debilitándose. Eso es lo que nos pasa cuando nos aferramos a nuestra visión estática de las cosas, mientras ellas cambian, nosotros nos aferramos a nuestra idea desfasada de lo que eran. “Lo que hoy es, mañana no es”.

3. Poner a prueba tus creencias: Muy pocas veces nos planteamos de donde viene todo aquello en que creemos. Y sin embargo, nuestras creencias tienen un papel muy importante en nuestra vida. Nos aportan una estabilidad, algo en lo que confiar, una cierta seguridad. Pero al mismo tiempo nos limitan en nuestra capacidad de actuar, ya que condicionan la forma en que lo hacemos. Así, si las explicaciones que yo me doy sobre un suceso me llevan a no actuar, puedo perder oportunidades de llevar a cabo cosas, de cambiar o mejorar aquello que no me gusta. Cuando nuestras creencias nos limitan, es momento de analizar en base a qué datos las hemos construido, como hemos seleccionado esos datos y qué interpretación les hemos dado, que opiniones nos hemos creado a raíz de este proceso y cómo ha fraguado de forma más o menos permanente en nuestra vida.

4. Practicar la escucha activa: Rafael Echevarría, sociólogo, filósofo, experto en el lenguaje y coach, nos explica en su libro Ontología del Lenguaje, como normalmente cuando escuchamos a alguien hablar, nuestra forma de hacerlo está fuertemente condicionada por factores externos a la propia conversación. Influyen nuestro estado físico y anímico, nuestra historia personal previa y nuestra historia con la persona que habla, nuestros juicios sobre ella, el momento y lugar donde se produce la conversación, el ambiente (luz, movimiento, ruido) que nos rodea… En determinadas ocasiones, nuestra capacidad de escucha está muy mermada incluso en el caso de que tengamos mucho interés en atender a lo que nos están diciendo. Algunos de estos factores los podemos controlar, y son estos en los que debemos concentrarnos. Si eres tú quien toma la iniciativa en una conversación, y ésta es lo suficientemente delicada o relevante, ¿Por qué no asegurarte un momento del día y lugar en la que tu interlocutor previsiblemente vaya a estar más despierto, y pueda dedicarte el tiempo necesario? Si lo consideras adecuado, cita a la persona con antelación. Huye de las conversaciones a matacaballo y de pillar desprevenida a la persona, ya que este tipo de situaciones, aunque a priori pueda parecer que te dan cierto dominio de la situación, a la larga generan rechazo y contribuyen a una comunicación desorganizada, en la que germina la falta de entendimiento y el incumplimiento de los acuerdos alcanzados de forma precipitada.

5. Cumplir con las promesas: Nuestras palabras tienen poder. Tienen el poder de generar realidades, y desde el mismo momento en que las pronunciamos, se convierten en actos, en la medida en que de ellas se desprenden consecuencias. Si por ejemplo tras conversar con tu pareja llegáis al acuerdo de que te ocuparás de pasar por la tienda a comprar algo al salir del trabajo, no consideraréis necesario llevar a cabo ningún acto adicional al de decir que pasarás por la tienda. Pero ese compromiso de pasar por la tienda, ya es un acto, el de comprometerse a hacer algo. Decir que uno hará algo genera expectativas en otro, y dará lugar a petición de explicaciones si no se lleva a cabo. Por tanto, dar la importancia que tiene a aquello que decimos, a aquello a lo que nos comprometemos, por pequeño o habitual que sea en nuestra rutina diaria, generará en los demás confianza. Muchas veces nos comprometemos a llamar, a quedar, a hacer algo que en realidad no tenemos interés o tiempo en llevar a cabo, con la idea de que es mejor decir que se hará algo y no hacerlo, que ser directo y sincero sobre ello. La realidad es que si queremos que nuestra palabra tenga valor, la primera regla de oro es darle nosotros mismos ese valor.

Y tú ¿Qué propósitos quieres añadir a esta lista? ¿Cómo y cuándo vas empezar a llevarlos a cabo?